Urbanalización (II): urbanalización, festivalización y no lugares

En la primera parte del libro Urbanalización. Paisajes comunes, lugares globales, del profesor de Geografía Francesc Muñoz, explicamos el concepto de la ciudad multiplicada: aquella entregada al espacio de los flujos, compitiendo en el mercado global y habitada por territoriantes.

…es la acumulación de no lugares -tecnológicos, de infraestructura y de consumo- lo que crea el espacio de las redes. Los no lugares son los lugares requeridos en el espacio de los flujos. los no lugares son los lugares de la economía global. (p. 46)

Pero, de la misma forma que los habitantes se han convertido en la ciudad multiplicada en territoriantes, es decir, seres que transitan de unos espacios a otros y que viven en una ciudad múltiple, que puede abarcar incluso diversas ciudades, regiones o países, los no lugares tampoco son compartimentos estancos: pueden derivar de lugar a no lugar en función de sus usos e incluso de las franjas horarias o el contexto. «Así ocurre con el uso intensivo que los centros históricos soportan por parte de los turistas globales que lo usan a tiempo parcial como un espacio para el consumo y el ocio.»

La multiplicación de los no lugares ha ido de la mano del protagonismo alcanzado por los contenedores en los que se desarrolla la vida metropolitana. Edificios singulares o conjuntos de edificios caracterizados por ser relativamente autónomos, con lógicas específicas que no necesariamente son las del propio territorio donde se localizan y donde, básicamente, tienen lugar el intercambio y el ritual del consumo. (p. 47)

Son espacios «autónomos y autorreferenciados»: centros comerciales, museos metropolitanos, parques temáticos, estaciones intermodales o aeropuertos donde cada vez hay más espacio para las zonas comerciales. Se trata de un urbanismo «que no genera tejidos ni establece soluciones de continuidad ni se define por la colmatación de espacios, ni acumula espacios construidos». Es un urbanismo aislado, encerrado en sí mismo, que se podría extraer del lugar en el que se erige y llevarlo a cualquier otro y establecería las mismas relaciones con su entorno: nulas.

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Cada vez más, fragmentos urbanos de nueva creación o zonas urbanas transformadas se configuran como auténticos hubs metropolitanos, es decir, espacios altamente especializados caracterizados por la utilización intensiva que hacen de los mismos las poblaciones visitantes: el inner harbour de Baltimore, la Potsdamez Platz de Berlín o el museo Guggenheim de Bilbao son claros ejemplos de este urbanismo de los flujos y de su escala planetaria. Incluso la propia ciudad, en algunos contextos, puede devenir un hub toda ella: Venecia centro storico o Las Vegas, con 150.000 visitantes cada fin de semana, no son más que inmensas playas de movilidad, gigantescas áreas de duty-free, que en poco se diferenciarían de las de aeropuertos hub como Charles de Gaulle, Heathrow o Schiphol. (p. 48)

Muñoz denomina a este fenómeno el (hub)banismo, del término inglés hub, que más o menos se podría traducir como centro o corazón de una actividad.

La suma de la existencia de los no lugares o espacios de los flujos, junto a la creación de espacios autónomos (centros comerciales indistinguibles, parques temáticos, etc.) y el (hub)banismo dan lugar a un extraño fenómeno: los paisajes aterritoriales. Tradicionalmente ha existido una distinción entre el centro urbano y las afueras, entre las zonas urbanizadas y las zonas rurales; dicha distinción está desapareciendo, y lo está haciendo en dos direcciones:

  • en primer lugar, «existe un indiferentismo espacial entre áreas con diferentes grados de urbanización que, paradójicamente, no aparecen tan distantes en términos morfológicos»; es decir, aparecen características urbanas en territorios tradicionalmente considerados no urbanos. Las edge cities son un ejemplo, pero también los parques tecnológicos o temáticos en zonas regionales; o grandes centros comerciales algo alejados de la centralidad.
  • en segundo lugar, «puede observarse un indiferentismo espacial comparando espacios tipológicos concretos en ciudades diferentes». Por ejemplo: los centros históricos o los frentes marítimos de diversas ciudades, cada vez más similares entre ellos.

Emerge así una nueva categoría de paisajes definidos por su aterritorialidad: esto es, paisajes independizados del lugar, que ni lo traducen ni son el resultado de sus características físicas, sociales y culturales, paisajes reducidos a sólo una de las capas de información que los configuran, la más inmediata y superficial: la imagen. (p. 50; el destacado es nuestro).

«Los paisajes son así reproducidos independientemente del lugar porque ya no tienen ninguna obligación de representarlo ni significarlo, son paisajes desanclados del territorio que, tomando la metáfora de la huelga de los acontecimientos que explica Jean Baudrillard, van sencillamente dimitiendo de su cometido.» (p. 51)

Teniendo en cuenta todo lo dicho, quizá podamos entender ahora mejor cómo ciudades con historia y cultura diferentes y localizadas en lugares diversos están produciendo un tipo de paisaje estandarizado y común. Aparece así un tipo de urbanización banal del territorio, en tanto en cuanto los elementos que se conjugan para dar lugar a un paisaje concreto pueden ser repetidos y replicados en lugares muy distantes tangto geográfica como económicamente. La urbanalización se refiere, así pues, a cómo el paisaje de la ciudad se tematiza, a cómo, a la manera de los parques temáticos, fragmentos de ciudades son actualmente reproducidos, replicados, clonados en otras. El paisaje, sometido así a las reglas de lo urbanal, acaba por no pertenecer ni a la ciudad ni a lo urbano, sin más cometido que formar parte de la cadena global de imágenes a las que antes me refería. (p. 52)

De la renovación de Bolonia, que ya comentamos, y la «intervención urbana concebida como un instrumento para regenerar la ciudad, entendiendo esta como un artefacto complejo, fue paulatinamente dejando paso a un discurso orientado hacia la participación especializada de la ciudad en los mercados globales de producción y consumo» (p. 55). De ahí se pasa a la «venta» de la ciudad como un producto global.

Y de ahí, fácilmente, a la festivalización de la política de que hablaba Venturi (1994): el desarrollo de políticas urbanas concebidas a partir de la necesidad de un gran evento como la máquina principal para la transformación de la ciudad. Lo veremos próximamente con el caso Barcelona y los Juegos Olímpicos y el Fórum de las Culturas de 2004, que son un buen ejemplo; pero ha sucedido en todas las ciudades con grandes eventos culturales usados como excusa para regenerar espacios enteros de la ciudad que hasta entonces habían quedado obsoletos o abandonados ex professo.

La festivalización requiere, para su éxito, de un gran equipo de márqueting, lo que aún sitúa más la ciudad como una empresa con la necesidad de vender su marca y de un público. Progresivamente, y a medida que los barrios van siendo gentrificados y entregados a nuevos mercados de ocio y consumo para las clases medias y de vivienda para las clases altas o los fondos de inversión, la creación de estos barrios se vuelve también parte de la festivalización de la ciudad, creando una similitud entre las nuevas morfologías de estos barrios y los parques temáticos o centros comerciales y de ocio: «parece que ahora las ciudades deben recrear y producir los escenarios urbanos previamente imitados en estos contenedores de entretenimiento y consumo» (p. 59)

Acabamos esta entrada con un apunte sobre el término gentrificación. Muñoz explica que la geógrafa Luz Marina García Herrera propone su traducción como «elitización», entre la opción de términos que se han usado (potenciación, recalificación social, aburguesamiento, aristocratización…). La palabra original (de la socióloga Ruth Glass, Aspects of Change, 1964) deriva de gentry, la nobleza rural inglesa, y explica el fenómeno de los barrios (obreros) del centro de la ciudad, semiabandonados y en estado de ruina debido a la falta de inversión, que son progresivamente adquiridos por empresas privadas o fondos de inversión y posteriormente reconvertidos en espacios de ocio y cosnumo para las clases medias y altas y en unas pocas viviendas destinadas o bien a hoteles o a personas de ingresos altos (o a plataformas tipo Airbnb, hoy en día). Gentrificación se refiere al retorno de esas clases nobles inglesas a los centros urbanos tras su saneamiento, por lo que elitización no parece un término adecuado: explica lo que ha pasado en los barrios pero no destaca las causas existentes (abandono por parte de las autoridades municipales del barrio, su venta a fondos privados tras ser saneados con fondos públicos). La elitización se puede dar de forma natural, a medida que un barrio va subiendo el nivel de ingresos de sus habitantes; la palabra gentrificación destaca, a nuestro parecer, la existencia de ese trasfondo público-privado.

Otra opción viable podría ser barrios neoenriquecidos (del término español «nuevos ricos», gente que proviene de estratos sociales bajos pero de repente tiene dinero y hace ostentación de él, sin saber estar a la altura de la nueva clase de la que forma parte, y perdónennos el sustrato clasista de la definición). Sin embargo, y como es lógico, preferimos el término gentrificación, que ya se ha incorporado al lenguaje habitual.

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4 comentarios sobre “Urbanalización (II): urbanalización, festivalización y no lugares

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