En la ciudad china: miradas sobre las transformaciones de un imperio

Entre noviembre de 2008 y febrero de 2009 se llevó a cabo una exposición en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona llamada En la ciudad china: miradas sobre las transformaciones de un imperio. Desarrollada en colaboración con la Cité de l’Architecture et du Patrimoine (París), pretendía ser una mezcla entre un retrato y un acercamiento multidisciplinar a la historia y le evolución de las ciudades chinas. Conscientes de la enormidad de la tarea, los autores son los primeros en afirmar que no se puede acometer tal trabajo con la pretensión de darlo por terminado, sino tan sólo llevar a cabo una serie de acercamientos que se dieron en forma de artículos muy variados en temática (arquitectura, historia, hidrografía, sociología) y en disciplina (hay vídeos, documentales, exposiciones, fotografías).

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Como resultado de la exposición se publicó este libro, que recoge la mayoría de las aportaciones. Se trata de un libro muy bien editado, rico en detalles y que apasionará a cualquier persona interesada en la historia del gigante asiático. Los artículos están agrupados por temas y van desde introductorios hasta muy especializados, por lo que son para todos los públicos, y acompañados de una amplia bibliografía para todo aquel que quiera profundizar en el tema. Hay tres artículos que reseñaremos a continuación especialmente interesantes para la temática del blog, pero nos dejamos otros muchos por el camino cuya lectura ha sido profundamente enriquecedora.

«Del territorio y sus mitologías», de Catherine Bourzat, habla de la concepción del territorio que se tiene en China y de los muchos cambios a que ha sido sometido en función de sus propias necesidades, ya sea a manos de las enormes obras faraónicas que se han llevado a cabo últimamente o por las enormes migraciones de población.

«Zhongguo, el Imperio del Medio, se ha convertido en un espacio polarizado de megalópolis habitadas por millones y millones de personas. El imperio agrario ha dejado el campo atrás para adoptar costumbres urbanas y ceder su lugar a ciudades nuevas, efervescentes y donde la periurbanización, la red viaria y la especulación inmobiliaria han devorado pantanos, arrozales y huertos.» (p. 111). Bourzat recuerda que el 90% de la población China (algo más de 1.100 millones de personas) viven en una sexta parte del territorio, el equivalente a diecisiete veces la superficie total de Francia: su huella ecológica y las necesidades que generan son abrumadoras.

Otro de los conceptos que trata la autora es el del viaje. «No hay diferencia en chino entre los conceptos de «turismo» y «viaje». Usan lüyou para referirse a ambos, un término que remite, al mismo tiempo, a las giras rituales de los soberanos en la antigüedad para recorrer las montañas i las aguas del país () y la deriva de los espíritus curiosos (you).» (p. 118). Por eso, cuando los chinos, agolpados en su mayoría en el sudeste del país, consiguieron tres semanas de vacaciones en el año 2000, se lanzaron como locos a recorrer el país alcanzando cuatro millones de desplazamientos diarios en tren. Los turistas chinos recorren su país en masa, privilegio antaño reservado a las élites administrativas y hoy accesible a las clases medias que pueblan sus megalópolis.

«Una población en movimiento», de Pierre Haski, se centra en las migraciones que se dan dentro del país asiático. «Las cifras no acaban de expresar la magnitud del fenómeno, y la administración que se encarga de los hukou, los certificados de residencia que limitan de manera estricta la movilidad [necesarios para habitar en otro lugar distinto del de nacimiento], tienen problemas para seguir el ritmo. ¿Cuánta gente forma parte hoy en día de esta «población flotante»? ¿Unos 150 millones? Tal vez sean 200…» (p. 122). «La magnitud del fenómeno es evidente tanto en el sur, donde, separadas por decenas de kilómetros han aparecido diferentes megalóplis que acogen entre siete y diez millones de habitantes y donde encontramos hilera tras hilera de fábricas cuyas últimas plantas, decoradas por la colada tendida en las ventanas, sirve de residencia a los inmigrantes, como en el delta del Yang-Tsé, en Shangái, en el interior, la segunda zona en términos de desarrollo del país, y hoy la más dinámica, o incluso en Pequín, la capital austera y gris, dopada, transformada y remodelada a causa de la perspectiva de los Juegos Olímpicos de agosto de 2008.» (p. 123).

Pero, aunque el espectáculo del trabajo y las condiciones de vida de los inmigrantes rurales en la ciudad es abrumador, a menudo esconde realidades ocultas. Ante la pregunta de si no preferían su antigua vida, la mayoría no sabe qué responder. La vida en el campo en China es extremadamente dura, y a menudo muy poco remunerada debido a las condiciones tanto de la parcelización de la tierra como de las condiciones naturales, nada favorables, y la carencia de medios de producción adecuados. Así pues, trabajar doce o trece horas diarias, a menudo siete días a la semana, es algo a lo que ya estaban habituados. Pero, además, hacerlo en la ciudad les permite enviar algo de dinero al pueblo, «experimentan una promiscuidad social y sexual nunca antes conocida, les libera de tradiciones y descubren una cultura urbana que hacen suya y modifican.» (p. 124).

«Pese a ello, estos inmigrantes no son un grupo social coherente y organizado. A pesar de lo impresionante de sus cifras, son la suma de experiencias individuales, independientes, si bien aquí y allá empiezan a asomar nuevas organizaciones aún en estado embrionario o auténticos fenómenos colectivos.» Un ejemplo de ello es la mala fama que tiene la zona del delta del río de las Perlas de pagar sueldos bajos y los problemas que tuvo por ello para encontrar mano de obra durante una temporada.

chai derruir

Muchas de las protestas que se dan contra esta situación no vienen tanto generadas por la necesidad de emigrar como por la baja cuantía de las indemnizaciones que reciben. En China, dada a grandes obras y a remodelaciones urbanas colosales, las personas están habituadas a tener que moverse sobre el territorio. Si un ciudadano se despierta una mañana y ve el ideograma chai (derruir) pintado sobre la fachada de su casa sabe que tienen un mes para marcharse antes de que el lugar sea derruido. El problema es que la indemnización oficial que reciben es mísera, lo que fuerza a los habitantes rurales a marcharse en busca de otra vida a las ciudades, y a los habitantes de las ciudades cuyos barrios van a ser remodelados en una concesión a algo similar a la gentrificación occidental, los afectados tienen que abandonar el hogar y sólo pueden afrontar la compra de una casa nueva muy a las afueras, en el cuarto, quinto o sexto cinturón, lo que a menudo les implicará un trayecto diario de alrededor de dos horas para llegar hasta su trabajo.

«El modelo de ciudad a partir de sus capas sociales», de Jean-Luis Rocca, estudia la evolución de las ciudades chinas desde la perspectiva de la formación y evolución de las distintas clases sociales que las conforman. «Uno de los fenómenos más importantes que han vivido las grandes ciudades chinas radica en la aparición de nuevas poblaciones.» (p. 235). Tradicionalmente habían existido sólo tres: agricultores, obreros, funcionarios. Hoy en día el crecimiento económico, la liberalización de los precios y el acceso a la vivienda han provocado una segmentación inaudita, visible y a duras penas controlada por el Estado.

Han aparecido, por ejemplo, una capa de ricos, hombres de negocios protegidos políticamente, altos funcionarios, jóvenes licenciados , con necesidad de tiendas y artículos de lujo en sus ciudades. En otra categoría están las enormes clases medias o ingresos medios, todos aquellos que han alcanzado una cierta prosperidad y para los cuales las necesidades mínimas vitales no suponen un problema, y pueden permitirse acceder a apartamentos, vehículos, viajes…

Hay un tercer grupo: los inmigrantes internos, producto del mantenimiento del control estatal sobre la movilidad geográfica. «Desde los 50, el ciudadano chino está ligado a su lugar de nacimiento o trabajo y sólo puede abandonarlo si dispone de una autorización oficial.» (p. 237). Todos los agricultores rurales desplazados a la ciudad (entre 150 y 200 millones, como hemos visto) disponen de un estatus de «residente temporal» que limita su acceso a los servicios de la ciudad, sin protección oficial e imposibilitados para acceder a las listas de las construcciones de vivienda social, pese a que sus ingresos les impiden alcanzar las cifras del precio de la vivienda urbana libre.

Finalmente hay una cuarta capa, los pobres, los que no han podido subirse a la ola de «prosperidad»: los parados, trabajadores que se acogieron a la jubilación anticipada, viudas sin recursos…

Estas cuatro clases nuevas han modificado en gran medida el espacio urbano. Las dos primeras han hecho del vehículo su seña de identidad (una de las industrias más en alza en los últimos tiempos en China), por lo que éste se ha convertido en la piedra de toque de la movilidad urbana, limitando en gran medida el desarrollo del transporte público y propiciando que todo esté a grandes distancias, lo que supone graves riesgos ecológicos y el aumento de la contaminación urbana. Asimismo, estas clases urbanas demandan ocio, restaurantes, bares, gimnasios y centros comerciales, lo que también ha generado la aparición de complejos residenciales con estos bienes rodeados de muros y protegidos por vigilantes y cámaras, resultado de una doble influencia: la del sueño americano de suburbia y la del sueño chino de la propiedad de la vivienda.

Estos enormes movimientos urbanos generan la aparición continuada de oledas: barrios enteros donde vivían trabajadores que son derruidos para nuevas clases medias y altas; los obreros deben huir a las afueras mientras sus barrios se convierten en zonas turísticas y de servicios, con espacios yermos y desolados como campo de batalla entre ambas trincheras. Al mismo tiempo, y puesto que ahora la vivienda no pertenece al estado, sino al individuo, éste es el primer interesado en mantenerla en buen estado y en que disponga de todo lo necesario, por lo que, de forma similar a las ciudades del extrarradio español en los 60, están surgiendo grandes asociaciones vecinales preocupadas por el bienestar del barrio.

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