«Mierda de ciudad» (y II)

Seguimos con la reseña del libro «Mierda de ciudad. Una rearticulación crítica del urbanismo neoliberal desde las ciencias sociales”, coordinado por Giuseppe Aricó, José A. Mansilla y Marco Luca Stanchieri. Ya analizamos la primera parte en una entrada anterior, vamos ahora con la segunda.

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PARK(ing) Day.

«Acumulación por desposesión vs derecho a la ciudad: grandes proyectos urbanísticos y movimientos sociales urbanos en Valencia«, de Luis del Romero Renau. Para Harvey (2007), la acumulación por desposesión es un proceso político dirigido que aparece de manera simultánea con la acumulación capitalista. Se desarrolla a partir de una gran variedad de formas, desde la privatización paulatina y sutil de sectores públicos de la economía hasta el saqueo generalizado de un recurso (Dunn 30078: 6). Harvey concibe la acumulación por desposesión como una alternativa al concepto marxista de acumulación primitiva, resaltando que las estrategias predadoras constituyen un elemento intrínseco de la economía capitalista. Este concepto es asimismo un marco de discusión sobre si el capitalismo avanza y triunfa a partir de su propio dinamismo interno o bien a través de procesos de explotación y apropiación de bienes y territorios no capitalistas. En la actual fase neoliberal del capitalismo, la privatización se ha convertido en una estrategia fundamental de acumulación por desposesión, que Harvey considera como una «acotación de lo público». Las privatizaciones implican el traspaso de propiedad de bienes, antes gestionados por y propiedad del Estado o de la ciudadanía (espacio público, vivienda, medio ambiente), a un coste muy bajo o incluso, a veces, a coste cero (Harvey 2003: 149). El gobierno neoliberal permite la explotación de nuevas y, a veces, viejas fuentes de riqueza a partir de la acumulación por desposesión. Se trata de un proceso polifacético que implica la mercantilización y privatización del suelo; la conversión de derechos de propiedad (comunales, colectivos o públicos, etc.) en derechos exclusivamente privados o la supresión de derechos comunitarios (Harvey 2007: 34). Frente a estas estrategias, se contraponen con frecuencia acciones de protesta organizadas en movimientos sociales y políticos de muy diverso signo, que con frecuencia reclaman un «derecho a la ciudad». […] Los movimientos sociales urbanos, al contrario que los movimientos obreros tradicionales, en declive desde la década de los setenta, estaban constituidos por alianzas multiclasistas con nuevos intereses y valores materiales e inmateriales compartidos como la mejora de los servicios urbanos, la protección de identidades culturales, el rechazo frontal a las políticas tecnocráticas keynesianas, por ejemplo en grandes proyectos urbanos con profundos impactos sociales y ambientales, o la promoción de modelos de autogestión comunitaria (Castells 1997; Mayer 2009; Pickvance 2003; Cruz 2010).» (p. 140).

Una de las conclusiones más claras que se puede extraer de este análisis es que los conflictos que surgen por desahucios, o impactos sobre la salud, se concentran en las áreas más pobres de la ciudad. O dicho de otro modo, los barrios de clases acomodadas han tenido la «suerte» de que ninguna infraestructura o equipamiento nocivo se instale en ellos. Lo mismo se repite con la vivienda. Todos aquellos proyectos urbanísticos que han supuesto desahucios y destrucción física de viviendas se ubican en barrios obreros o humildes y sin embargo, el potencial beneficio de estas acciones no acaba de llegar a estas áreas. Asimismo, se han cartografiado los conflictos surgidos por el acceso a equipamientos básicos. Mientras ciertos barrios tienen dotaciones completas de servicios, otros más populares como es el caso de Russafa o Patraix han tenido que luchar durante años para conseguir equipamientos básicos como escuelas públicas o centros de salud.

«El urbanismo del mientras tanto. Primeras notas etnográficas sobre prácticas de construcción colaborativa en tiempos de <<crisis>>«, de Maribel Cadenas. «En el actual contexto de la llamada <<crisis financiera mundial>> y después del estallido de la burbuja inmobiliaria, muchas de nuestras ciudades exponen las consecuencias de una devastadora especulación inmobiliaria en formas de vacíos urbanos, infraestructuras apenas utilizadas, urbanizaciones sin acabar, bloques de pisos sin estrenar, edificios históricos a medio caer, etc. (Fernández 2012, Schulz-Dornburg 2012). (…) Al mismo tiempo, parece que entre algunas capas de población se está dando un cambio de paradigma en cuanto al estilo de vida urbano: ahora sería deseable habitar de manera más «local», «comunitaria», «ecológica» y «sostenible». En esta dirección, en los últimos años han surgido numerosos colectivos -de arquitectos, urbanistas, artistas, etc., acompañados en muchos casos de antropólogos y sociólogos, entre otros profesionales- que desean intervenir en los espacios derivados de la crisis con la intención de transformar la ciudad y hacerla «más amable». (…) La recuperación de solares para la creación de huertos urbanos, la reapropiación de las calles para el disfrute de peatones, la construcción colectiva de mobiliario urbano de reciclaje  o la realización de eventos temporales en espacios «obsoletos», son algunos ejemplos de las recientes intervenciones sobre el espacio urbano.»

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Desayuno con viandantes, Valencia.

«En estos últimos años se han multiplicado las prácticas de construcción colaborativa. El escenario es, en la mayoría de los casos, el de los vacíos urbanos heredados de la crisis inmobiliaria. En este paisaje contemporáneo formado por «las ruinas modernas» y «una topografía del lucro» (Schulz-Dornburg 2012), muchos profesionales empiezan a pensar en cómo aprovechar estos «pasivos» para que no se conviertan en un «lastre» para nuestras ciudades. Se proponen soluciones vinculadas al reúso y la activación de esos espacios: solares, equipamientos sin estrenar, esqueletos de hormigón, urbanizaciones inacabadas, polígonos industriales abandonados.»

Uno de los principales objetivos de estos grupos es el de fomentar los lazos de la comunidad, vecinales, grupales, anteponiendo lo local a lo global: reforzar la ciudad desde la base. Tratan de «reactivar» o «resignificar» el espacio público, al que conciben como algo casí mítico, lugar de reunión, civismo, libertad y hasta ágora y base de la democracia real (en referencia tanto a Habermas como a Arendt). Esta visión del ágora, de hecho, se traspasa a entornos más triviales, la calle, el centro cívico, el aparcamiento, el solar.

Iniciativas como el Desayuno con Viandantes de Valencia, el Play Day, la ciudad como zona de juego de Bilbao o el PARK(ing) Day Network de Seattle (y otras ciudades) son buenos ejemplos. Sin embargo, «es sorprendente cómo todos los productos que salen de estas iniciativas se parecen el uno al otro: mobiliario urbano construido con pallets reciclados, estructuras hechas con contenedores de barco, cúpulas geodésicas, carteles de los eventos, vídeos, etc. Se podría decir que comparten un mismo código artístico.» (p. 178). De hecho, «se empiezan a perfilar ya algunos efectos perversos de este «nuevo estilo de vida» como son: síntomas de aburguesamiento (Duque Calviche, 2010) en los barrios por las «clases creativas»; la banalización y caricaturización de estas iniciativas urbanas y la mercantilización de las mismas.»

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Una misma acción acaba generando dos puntos de vista contrapuestos: Lydon (2012), por ejemplo, explica cómo, en un barrio de Miami, con muy poca inversión, los edificios industriales abandonados se convirtieron en salas de arte perfectas, lo que, con el tiempo, acabó provocando que el mercado inmobiliario de la zona se revalorizase y dicho barrio se convirtiese en uno de los más interesantes y activos de la ciudad. Rowan Moore (2013), en cambio, lo interpreta como una invasión: «There are pop-up retail outlets that borrow the aura of creative spontaneity to exploit strips of land where they wouldn’t otherwise be permitted. Developers use temporary structures and events as marketing tools, and as camouflage for their larger and less charming permanent developments. At best, this can be a case of enlightened self-interest; at wors, a cynical ploy. It should be noted that, in a parallel universe, the commitment of talented architects might be spent on thinks like housing, schools o permanent transformation of cities. There ir a correlation between the rise of pop-ups on the one hand and, on the other, the rise of very large architectural practices, run on industrial lines, which shape the places where most of us spend most of our lives.»

Cadenas acaba el artículo poniendo dos ejemplos de arquitecturas urbanas colectivas en territorio español. Con ellas acabo:

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