El título completo de esta recopilación de artículos es «Mierda de ciudad. Una rearticulación crítica del urbanismo neoliberal desde las ciencias sociales», coordinado por Giuseppe Aricó, José A. Mansilla y Marco Luca Stanchieri y prologado, cómo no, por Manuel Delgado.
Este libro que ahora arranca reúne diversas evidencias de cómo las grandes dinámicas de mutación urbana son gestada y gestionadas desde la lógica neoliberal, es decir, a partir de los principios de un capitalismo que le exige al Estado la reducción al máximo a su papel de arbitraje económico y atención pública, pero que le asigna un papel clave como su cooperador institucional, tanto por lo que hace a la represión de sus enemigos -reales o imaginados- y la contención asistencial de la miseria, como a la producción simbólica y de efectos especiales al servicio del buen funcionamiento de los mercados. De tal alianza entre penetración capitalista y políticas públicas resulta una transformación de la fisionomía tanto humana como morfológica de muchas ciudades, consistente en favorecer la revitalización como espacios-negocios de barrios céntricos o periféricos que fueron populares, o de antiguas zonas industriales o portuarias ahora abandonadas, que se recalifican como residenciales «de categoría» o se colocan al servicio de las nuevas industrias tecnológicas y cognitivas. Esos macro-procesos de transformación urbana suponen consecuencias sociales que se resumen en una ley que raras veces no se cumple: rehabilitar un barrio es inhabilitar a quienes fueron sus vecinos para continuar viviendo en él. O, dicho de otro modo: reformar es expulsar.
Así comienza Delgado el prólogo, y da un resumen bastante preciso de lo que será el nexo común de todos los artículos que siguen: ejemplos de cómo las ciudades venden sus barrios pobres al mejor postor, ofreciéndolo, bien a nuevas clases más cosmopolitas y acomodadas, bien directamente al capital flotante que surca el mundo.
Los tecnócratas de la ciudad -urbanistas, arquitectos, diseñadores- «hablan de espacio, pero en realidad están pensando en suelo, puesto que ese espacio que creen que ordenan acaba tarde o temprano convertido en espacio en venta». El espacio urbano es, por definición, para ellos, «el espacio de las clases medias, precisamente porque ellas también son o quisieran ser neutras y encuentran o creen encontrar en ese espacio «un espejo de su realidad, de representaciones tranquilizantes, de un mundo social en el que han encontrado su lugar, etiquetado, asegurado» (Lefebvre 2013:356)» (la cita vuelve a ser del prólogo de Delgado). Lefebvre es, precisamente, el otro hilo conductor en la mayoría de los artículos.
Antes de entrar en materia y comentar algunos de los artículos, una apreciación, una sospecha si acaso, que ya se estaba gestando de hace tiempo y que Ulf Hannerz me terminó de confirmar: más que lo bueno que sea en su disciplina, un antropólogo urbano (por extensión, me atrevería a decir, casi cualquier estudioso de las ciencias sociales) es bueno cuando comunica bien; cuando escribe bien, en general, porque la mayor parte de su comunicación se dará por escrito. Manuel Delgado no sólo es uno de los mejores antropólogos urbanos por su densa formación, lo profundo de sus estudios y su mirada detallada, sino por lo lustroso de su prosa, lo sensual, incluso. Se nota en muchos de los artículos del libro: la mayoría tratan temas similares y parten de estudios muy parecidos aunque en ciudades distintas; y unos son interesantes, reveladores de la teoría y directos con sus ejemplos y citas; otros se pierden en fantasía, en recovecos, en aridez. De algún modo, parece injusto que el valor final del contenido deba tanto al vehículo que lo expone; pero es así, sin más. Y perdón por la digresión, pero, en fin, me dije aquí que en el blog iría poniendo lo que me pareciese interesante de la antropología urbana que leía.
«En el cruce entre los conceptos de espacio público (asociado a la retórica de espacio de igualdades) y de espacio urbano (como espacio de movimiento, de cambios y transformaciones), el ideal de un «espacio público de calidad» resultaría ser una mera quimera institucional asentada en la noción de atractividad en pos de la competitividad, y asociada a la lógica neoliberal que ha caracterizado la gestión político económica de las ciudades en las últimas décadas.» (p. 21, María Cecilia Laskowsi, <<Disputas y proyectos políticos en el espacio urbano>>).
«Los procesos de regeneración urbana han producido un amplio debate respecto a su efectividad como mecanismo de transformación y beneficio social en áreas urbanas ‘deprimidas’. En un contexto capitalista globalizado, donde las relaciones sociales y los cambios económicos se presentan cada vez más dinámicos y complejos (Perrons 2004), las ciudades se convierten en espacios claves de crecimiento económico donde los agentes públicos y privados actúan como verdaderos promotores de ésta a través del espacio urbano, configurando una lógica empresarial de gobernanza urbana (Harvey 1989). Bajo esta lógica se cambia el enfoque redistributivo a través del territorio, por una inversión focalizada en áreas con potencial de rentabilidad. este giro promueve la competencia inter-ciudades por la obtención de inversiones y recursos (Fainstein 2010) generando la consecuente fragmentación y polarización como parte de un desarrollo desigual a diferentes escalas geográficas (Brenner 1997, Perrons 2004). Las estrategias de regeneración urbana representan esfuerzos públicos y privados por robustecer el desempeño económico de ciudades en condiciones de decaimiento social, económico y urbano (Evans 2005), así como su incorporación al circuito económico global (Friedman 2002). […] Particularmente, las ciudades-puerto han presentado condiciones altamente atractivas para su regeneración. Sus activos naturales y urbanos, además de una fuerte carga histórica, identitaria y patrimonial, han ido generando las bases para nuevos esquemas de desarrollo inmobiliario. Emergen una serie de representaciones espaciales tales como waterfronts, museos y centros culturales buscando un «efecto Guggenheim», así como la proliferación de hotel-boutiques y restaurants, convirtiendo es espacio urbano y su patrimonio cultural en un activo comercial. De esta forma emerge el branding de las ciudades (Evans 2003), y la simplificación de los rasgos culturales y simbólicos de un lugar, promocionados como productos higienizados para visitantes e inversores. Sin embargo, estos «productos urbanos» requieren del respaldo de decisiones que son marcadamente políticas. Muñoz (2008) plantea que la generación de estos espacios responde a complejos procesos de gestión de las diferencias de cada localidad, las cuales son minimizadas y controladas con la finalidad de producir espacios homogéneos.» (Rodrigo Caimanque, <<Regeneración urbana y la disputa por el espacio urbano: el caso de Valparaíso, Chile>>). Y aún un poco más: «La definición de normas de control en el uso del espacio público para desplazar indigentes y sus «inadecuadas prácticas» (Mitchell 2003), o vendedores ambulantes, son claros mecanismos de limpieza urbana contrapuestos al principio de no exclusión inherente al espacio público.» (p. 36).
«Espacio público: entre la dominación y la(s) resistencia(s). Ciutat Vella, Barcelona«, de Adrián Hernández Cordero y Aritz Tutor Antón. No diré que sea más interesante que los demás artículos, pero como trata el caso de mi ciudad, Barcelona, se me ha hecho el más cercano. Además, el estudio empieza por una breve historia de la concepción del espacio público en Barcelona a lo largo de los últimos treinta o cuarenta años. Resumiendo: a partir de los 80 y 90 se llevó a cabo un saneamiento en la ciudad que consistía en extirpar sitios conflictivos y convertirlos en espacios abiertos (plazas), conocido como esponjamiento o vaciado. Lo que implicaba, naturalmente, la demolición de zonas completas y edificios habitados, a menudo viejos y, por lo tanto, habitados por clases bajas. A partir de los 2000, la siguiente política fue la de higienización de las calles para despoblarlas de delincuencia, población extranjera y sin techos. El principal instrumento: la policía local, a través de la militarización del espacio público (Davis 2004), la instalación de cámaras de seguridad (que se instalaron por primera vez en 2001 en la plaza de, paradoja, George Orwell). El siguiente paso fue el diseño urbano de la llamada arquitectura hostil, es decir, bancos individuales, por ejemplo, o pilones en lugares estratégicos, evitar escalones para que las personas no se sienten en ellos, incluso programar los servicios de limpieza de las plazas a horas que incomoden a aquellos que quieran hacer un uso no adecuado.
Finalmente, a partir del 2008 con la comercialización del espacio público y su cesión a empresas privadas, especialmente los locales de hostelería y la instalación de terrazas. Por un lado se generan dinero tanto en licencias de uso como en impuestos; además, la animación de las terrazas genera sensación de seguridad en las plazas y sus viandantes.
Pero algunos vecinos de Ciutat Vella han reivindicado el uso de su espacio público con una serie de iniciativas. La primera de ellas es Cruïlles, que simplemente consistía en una reunión de vecinos en la Placeta de San Francesc, a tomar el té, a merendar, a charlar simplemente y conocerse entre ellos, invitando a los transeúntes a unírseles. De algún modo, el mero hecho de ocupar el espacio público se convierte en «un acto político mediante el cual se apropian efímeramente y disputan el espacio público a las lógicas privatizadoras y represivas vigentes en Barcelona» (p. 69). La siguiente iniciativa, generada en 2013, se dio cuando se derrocó el decreto que impedía construir más hoteles en el barrio de Ciutat Vella: como protesta, los vecinos llevaron a cabo el proyecto Fem Plaça, que literalemente se traduce por «hacemos/hagamos plaza» pero que tiene un sentido más construtivo (en catalán se dice fer un café, hacer un café, para referirse a tomarlo, o incluso fer un entrepá, comer un bocadillo, o fer un cinema, hagamos un cine, es decir, vayamos al cine). «Fem Plaça es fiel al espíritu de un espacio púbico abierto a la espontaneidad. Así, los participantes pueden emprender diversas actividades reivindicativas, como llevar sillas para evidenciar la carencia de asientos públicos u ofrecer una merienda para compartir, fomentando el sentido comunitario. (…) Las acciones de Fem Plaça tienen un sentido transgresor debido a que la apropiación física, simbólica y efímera del espacio público convierte algo que antes era natural, en un acto reivindicativo: estar en la calle.» (p. 70).
Seguimos en Mierda de ciudad (II).
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