Nuevos espacios urbanos es un libro del año 2000 donde el arquitecto Jan Gehl y Larz Gemzøe muestran la evolución del espacio público durante la década de 1990 en diversas ciudades del mundo. Ilustran sus teorías con unos 40 ejemplos de transformaciones públicas pensadas para devolver la ciudad al peatón.
Ya hemos tratado en el blog a menudo cómo la ciudad se entregó alegremente a los vehículos durante las décadas intermedias del siglo XX, primero sus calles, luego barrios enteros que fueron derruidos para construir mayores carreteras y vías de circulación para los coches (lo hablamos, por ejemplo, a propósito del libro Teoría e historias de la ciudad contemporánea, del documental Urbanized, del libro Smart Cities). Hasta finales de los 60, con nuestra amada Jane Jacobs y su plantarle cara a la destrucción de los barrios, no se revaloró la importancia de los tejidos vecinales que la progresiva transformación de los barrios estaba llevando a cabo.
La introducción del libro explica un poco este hecho, ilustrándolo especialmente con la evolución de la calle principal de Copenhagen: de vía de tránsito y comercio en la Edad Media a calle casi sin aceras vencida a los coches durante el siglo XX y, finalmente, recuperada para la ciudadanía.
El libro tiene un tono optimista y lleno de ilusión hacia el futuro. Desconozco la mayoría de las ciudades tratadas, así que sólo puedo hablar de la que habito: Barcelona. Se loan, con iguales palabras, una plaza del barrio de Gràcia y la horrenda Plaça dels Països Catalans de Sants. La primera, de hecho todas las del barrio de Gràcia, son cuadrados perfectos rodeados de casas, tiendas, terrazas y bancos situados en calles prácticamente peatonales. Gràcia siempre ha sido un barrio muy característico de Barcelona, que conserva sus callejuelas estrechas y con encanto y una vida muy marcada de barrio y orgullo de zona. Simplemente paseando por allí van apareciendo plazas, todas con su carácter y repletas de peatones, niños, gentes paseando, vida y bullicio, fiesta por las noches. La Plaça dels Països Catalans, en cambio, situada ante la estación de tren principal de Barcelona, Sants, es un mamotreto sin sentido: un espacio enorme rodeado de hoteles y edificios altos en el que no hay ningún lugar al que ir ni nada que hacer. Hay unas cuantas columnas de cemento, hubo, en su momento, unos pocos bancos, y tuvo si mínimo apogeo cuando algunos skaters la usaron, hasta mudarse definitivamente a su epicentro, la plaza del CCCB.

Por ello me sorprendió que en este libro se las tratase por igual, cuando ambas son completamente distintas. Se dan muchos otros ejemplos, y creo que la elección se debe más a actuaciones sobre la ciudad donde se han apartado los coches de un lugar que a verdaderas creaciones de espacio público. No se trata el tema de la pérdida de espacio público de calidad (árboles, bancos, fuentes) frente al espacio público privatizado (terrazas donde consumir y sentarse, explanadas de hormigón sin sombra); tampoco el de la gentrificación y cómo está desmadejando barrios. Echo de menos algo de crítica, pero supongo que la época del libro era algo más optimista que la actual.

Ya hablamos de Jan Gehl a propósito de Urbanized, y es un arquitecto y generador de espacios públicos a tener en cuenta. Seguiremos con otros libros suyos.
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