Y llegamos a la última lección del curso Sociología Urbana para un Mundo Globalizado, impartido por Patrick Le Galès. En este caso, con la ciudad digital.
Introducción. Las ciudades son, entre otras, concentraciones de tecnología. Al principio lo fueron para bombear agua, desarrollar y permitir la comunicación entre ciudades y personas, para levantar edificios cada vez mayores. Poco a poco, sobre todo desde la colonización europea, la ingeniería se fue adueñando de la toma de decisiones en la ciudad, en aras de la eficiencia y la racionalización (lo explicaba Townsend en su libro Smart Cities, cómo mediante los ingenieros se permitió que los coches se adueñasen de las ciudades sin discusión posible). La ingeniería llevó al tendido de cables, las telecomunicaciones, los smartphones, la IoT y la ubicuidad tecnológica actual.
El geógrafo británico Graham Marvin diferencia entre espacios urbanos premium y barrios bajos (slums) periféricos, en función de los accesos a los servicios básicos que ofrezca cada distrito. Además, no podemos olvidar el papel de las grandes empresas tecnológicas, que han decidido dedicar gran parte de su presupuesto a la creación y desarrollo del concepto de smart city.
Existen dos visiones: la pesimista, de la ciudad oscura, distópica, dominada por las grandes tecnologías que promueven el control, la vigilancia y donde sólo se busca el máximo beneficio, y la de una ciudad donde la tecnología permite el bien común para todo, donde cada problema genera un gadget que lo solucione, smart cities idílicas.
Mapas y redes. A partir de aquí, el curso lo imparte Dominique Boullier, del mismo centro. Uno de los posibles acercamientos al del modelo de ciudad digital (o tecnológica) es el de los geógrafos británicos Ash Amin y Nigel Thrift (en el libro Cities. Reimagining the Urban) que la definen como la ciudad maquinista (machinic). No pretenden implicar que la ciudad deba ser comprendida como una entidad mecánica, argumentan, sino como una mecanoesfera, un conjunto de sistemas de redes en constante evolución: ensamblajes maquinales con categorías intermedias como las biológicas, técnicas, sociales, económicas, etc.
Se habla a continuación de un artículo de Konstantinos Chorianopoulos que quiere mostrar que la forma como se recogen datos hoy en día para realizar mapas (sobre todo en relación a calles que se recorren de forma peatonal) no es lo bastante precisa. Se propuso a distintas personas recorrer una distancia en un tiempo determinado; los caminos que usaron eran, en general, más largos que los que por ejemplo sugería Google Maps, sin embargo, la mayoría los recorrieron en menos tiempo del que hubiesen tardado en recorrer los caminos sugeridos por Google. Los peatones tuvieron en cuenta aspectos como la cantidad de gente que habría en cada calle, la hora del día, la seguridad que ofrece cada recorrido…
La vía más corta no es necesariamente la más rápida, la más fácil o la más segura. Los peatones toman sus decisiones en base a experiencias y preferencias personales (por ejemplo, para evitar vías amplias y llenas de gente), pero también en base a parámetros de corto plazo como el clima, la estación y la hora del día para escoger el camino más rápido. En conclusión, el autor no sugiere que la elaboración de mapas deba ser siempre subjetiva, sino que los elementos subjetivos deben tomarse en cuenta durante el proceso de recolección y análisis de datos, y proporcionarle esta información a otras técnicas y herramientas» (p. 7).
El modelo de ciudad inteligente. Las ciudades tienen que ser inteligentes, es un lema que se nos está vendiendo desde aproximadamente 2010, cuando IBM decidió invertir en ciudades y volverlas inteligentes. La propuesta de las ciudades inteligentes es que ya no serán necesarias personas para tomar decisiones, sino que se hará de forma racional, tecnológica, eficiente, mediante una gran cantidad de sensores.
El ejemplo es la sala de control de Río de Janeiro, implantada por IBM, llena de pantallas, simulando la sala de control de una nave espacial. La similitud no es casualidad: pretende hacer creer que el control no viene de nadie, sino de la propia tecnología.
El problema es que, mediante este sistema, sólo se tendrá en cuenta aquello que pueda ser medido. Es comprensible el atractivo para los políticos y tecnólogos: es difícil contrarrestar los datos, y cada vez abundan más, como se puede consultar simplemente leyendo una noticia y observando cómo cada vez más se presenta la estadística como evidencia de algo: tal ha aumentado un 12%, tal ha descendido, el número de alquileres, el precio por metro, la cantidad de visitantes… La interpretación cederá lugar a la correlación de datos; y la interpretación requiere personas entrenadas en un determinado asunto y a menudo conscientes de los muchos temas implicados en cada decisión, mientras que la correlación de datos es inmediata, pero sólo tiene en cuenta aquellos datos con que uno haya decidido alimentar la ecuación.
Boullier propone una mezcla entre ambas: la tecnología siempre es bien recibida, pero tiene que ir de la mano de algo más, de la unión de los ciudadanos, y pone como ejemplo la aplicación SeeClickFix, que permite que los ciudadanos registren con su smartphone problemas que puedan aparecer en la ciudad y los ponga en conocimiento de las autoridades. Además, es posible seguir en tiempo real la reacción que la ciudad da a estas entradas de información.
Nigel Thrift, “The ‘Sentient’ City and What it May Portend«. Copio el abstract del artículo, que se puede leer aquí.
AbstractThe claim is frequently made that, as cities become loaded up with information and communications technology and aresultant profusion of data, so they are becoming sentient. But what might this mean? This paper offers some insights intothis claim by, first of all, reworking the notion of the social as a spatial complex of ‘outstincts’. That makes it possible,secondly, to reconsider what a city which is aware of itself might look like, both by examining what kinds of technologicalpractices are becoming commonplace and by considering the particular case of spatial awareness. In turn, this leads to athird rumination on how cities might become aware as different kinds of sprite, channelling outstincts in spatially variableways. Whatever the case, it is clear that new technical-artistic interventions are required if these sprites are not tobecome simply servants of the security–entertainment complex. Some of these interventions are examined in the fourthpart of the paper.