(viene de El animal público, de Manuel Delgado, y de De la ciudad a lo urbano)
«Por definición la calle, la plaza, el vestíbulo de cualquier estación de tren, los bares o el autobús son espacios de paso, cuyos usuarios, las moléculas de la urbanidad -la sociedad urbana haciéndose y deshaciéndose constantemente-, son seres de la indefinición: ya han salido de su lugar de procedencia, pero todavía no han llegado allá donde se dirigían; no son lo que eran, pero todavía no se han incorporado a su nuevo rol. Siempre son iniciados, neófitos, pasajeros. […] el transeúnte está siempre ausente, en otra cosa, con la cabeza en otro sitio, es decir, en el sentido literal de la palabra, en trance.» (p. 119).
«De ahí esa obsesión humana por establecer tierras de nadie, no man’s lands, espacios ideterminados e indeterminantes, puertas o puentes cuya función primordial es la de ser franqueables y franqueados, escenarios para el conflicto, el encuentro, el intercambio, las fugas y el contrabando. Como si de algún modo se supiera que es en los territorios sin amos, sin marcas, sin tierra, donde se da la mayor intensidad de informaciones, donde se interrumpen e incluso se llegan a invertir los procesos de igualación entrópica […] lo más intenso y creativo de la vida social, de la vida afectiva y de la vida intelectual de los seres humanos se produce siempre en sus límites.» (p. 105).
«Espacio público, espacio todo él hecho de tránsitos, espacio, por tanto, de la liminalidad total, del trance permanente y generalizado. […] el espacio público -baile de máscaras, juego expandido- lo es de la alteridad generalizada. Richard Sennet lo expresaba inmejorablemente: «La ciudad puede ofrecer solamente las experiencias propias de la otredad»». (p. 120).
Hanna Arendt, La condición humana, pp. 220-221: espacio de aparición es aquel «donde yo aparezco ante otros como otros aparecen ante mí, donde los hombres no existen meramente como otras cosas vivas o inanimadas, sino que hacen su aparición de manera explícita». (p. 122).
«…Franck M. Thrasher llamó, desde la Escuela de Chicago, sociedades intersticiales, concepto aplicado sobre todo a las bandas juveniles que empezaban a proliferar en las grandes ciudades norteamericanas de los años veinte. La premisa teórica era que en las sociedades urbanizadas las instituciones socializadoras primarias -familia, escuela, religión, política, sistema económico- resultaban insuficientes o ineficaces para resolver las contradicciones y desorientaciones de la vida en las ciudades, provocando amplios espacios vacantes en los que los sujetos quedaban abandonados a la intemperie estructural, por así decirlo. Esos espacios asilvestrados eran colonizados por comunidades precarias y provisionales, cuya función era dotar a los individuos de una organización formal y un sentido moral de que las instituciones sociales tradicionales no alcanzaban a dotarles. Por mucho que se presenten con frecuencia como alternativas a la familia, por ejemplo, en realidad se constituyen como sucedáneos de ésta […] Las sociedades instersticiales cubrirían así los territorios físicos y morales que la estructura social dejaba al descubierto, restaurando fracturas, cubriendo agujeros, reparando costuras deterioradas o rotas, sirviendo de avanzadilla o sucedáneo a dinámicas de cristalización social más complejas. Puentes sobre aguas turbulentas.» (p. 136 – la negrita es mía).
Nada que ver entre la espontaneidad del transeúnte y la impostación teatral. El merodeador, el paseando o el hombre-tráfico nunca declaman, ni actúan, ni simulan nada…, sencillamente hacen. Los aspavientos de cualquier muchedumbre urbana conforman un jeroglífico, pero su caligrafía no puede ser desentrañada. No por arcánica, sino, sencillamente, porque no significa nada. […] La calle es un ballet permanentemente activado que haría de toda antropología urbana una coreología.» (p. 184).
«Las intuiciones de dadaístas y surrealistas, pero también de las Escuela de Chicago, a propósito de la experiencia del espacio público tuvieron su concreción militante en movimientos de los años cincuenta y sesenta, como el letrismo, Cobra y, muy en especia, los situacionistas. Para todos ellos el espacio público era un lugar plástico en el que podía verse desplegándose toda la paradoja, el sueño, el deseo, el humor, el juego y la poesía, enfrentándose, a través de todo tipo de procesos azarosos y aleatorios, a la burocratización, al utilitarismo y a la falsa espectacularización de la ciudad. […] El espacio público ya no era sólo un decorada para el movimiento, sino un decorado móvil, un territorio inestable en el que era posible disfrutar plenamente del placer de la circulación por la circulación. […] El situacionismo cultivo dos formas básicas de conducta experimental. Una fue la deriva, en el doble sentido de desorientación y desviación. […] La otra es la de situación. […] La situación situacionista es una unidad de acción, un comportamiento que surge del decorado en que se produce, pero que a su vez es capaz de generar otros decorados y otros comportamientos.» (p, 187-8, la negrita es mía).
«En las tramas que configuran la sociedad urbana, el protagonismo no corresponde casi nunca a elementos estructurados de forma clara. Ni siquiera se trata de seres con nombre y apellidos. Son personajes que clandestinizan todas y cada una de las estructuras en que se integran -siempre a ratos- para devenir nadas ambulantes, perfiles nihilizados, seres hipertransitivos, sin estado, es decir que no pueden ser contemplados estáticamente, sino sólo en excitación, trajinando de un lado para otro. He ahí un universo peripatético y extravagante que trae de cabeza a cualquier orden político, siempre preocupado por que no se descubra lo que todo el mundo sabe de sobras: su fragilidad, su impostura, su déficit de legitimidad. Es contra un personaje múltiple y mutante contra quien se instalan los sistemas de escucha y vigilancia. Es contra él contra quien se proclaman los estados de sitio y los toques de queda, que consisten en dejar el espacio urbano libre de sus naturales, los peatones, en acuartelar a quienes podrían verse asaltados por la tentación de ir de aquí para allá. No se sabe apenas nada de él, salvo que ya ha salido pero todavía no ha llegado, que antes o después de su tránsito era o será padre de familia, ama de casa, oficinista, obrero sindicado, funcionario, amante o panadero…, pero que ahora, en tránsito, es pura potencia, un enigma que desasosiega. Es cierto que se le ha contemplado desfilar en orden, simular todo tipo de sumisiones, adular en masa a los poderosos, pero se conoce su tendencia a insubordinarse, sea por la vía de la abstención, del desacato, de la deserción o del levantamiento.» (p. 201).
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