Los no lugares

Recordemos la definición que daba Bauman de los no lugares en Modernidad líquida, p. 111: «Un no-lugar es un espacio despojado de las expresiones simbólicas de la identidad, las relaciones y la historia: los ejemplos incluyen aeropuertos, autopistas, autónomos cuartos de hotel, el transporte público.»  El término original proviene del antropólogo francés Marc Augé, que publicó un libro con el mismo nombre, Los no lugares, en 1992. El libro (editorial gedisa_cult, traducción de Margarita Mizraji) lleva el subtítulo, muy acertado, de Una antropología de la sobremodernidad.

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En el pimer capítulo, Lo cercano y el afuera, Augé parte del objeto de estudio de la antropología para hacer un diagnóstico de la modernidad. «La investigación antropológica trata hoy la cuestión del otro. (…) …de todos los otros: el otro «exótico» que se define con respecto a un «nosotros» que se supone idéntico (nosotros franceses, europeos, occidentales); el otro de los otros, el otro étnico o cultural (…); el otro social (…); el otro íntimo, por último (…), que está presente en el corazón de todos los sistemas de pensamiento, y cuya representación, universal, responde al hecho de que la individualidad absoluta es impensable.» (p. 25).

De la sobremodernidad, Augé destaca tres «excesos» como procesos que se dan hoy en día: la aceleración del tiempo, y con ello de la historia; la expansión del espacio; y, como tercera figura del exceso, la figura del ego, del individuo. «La aceleración de la historia corresponde de hecho a una multiplicación de acontecimientos generalmente no previstos… (…) Lo que es nuevo no es que el mundo no tenga, o tenga poco, o menos sentido, sino que experimentemos explícita e intensamente la necesidad cotidiana de darle alguno: de dar sentido al mundo, no a tal pueblo o a tal raza.»(p. 35). «Del exceso de espacio podríamos decir (…) que es correlativo del achicamiento del planeta (…). En la intimidad de nuestras viviendas, imágenes de todas clases pueden darnos una visión instantánea y a veces simultánea de un acontecimiento que está produciéndose en el otro extremo del planeta» (p. 38).

Avanza finalmente, con el espacio, hacia una definición del no lugar: «Esta concepción del espacio se expresa, como hemos visto, en los cambios en escala, en la multiplicación de las referencias imaginadas e imaginarias y en la espectacular aceleración de los medios de transporte y conduce concretamente a modificaciones físicas considerables: concentraciones urbanas, traslados de poblaciones y multiplicación de lo que llamaríamos los «no lugares», por oposición al concepto sociológico de lugar, asociado por Mauss y toda una tradición etnológica con el de cultura localizada en el tiempo y en el espacio. Los no lugares son tanto las instalaciones necesarias para la circulación acelerada de personas y bienes (vías rápidas, empalmes de rutas, aeropuertos) como los medios de transporte mismos o los grandes centros comerciales, o también los campos de tránsito prolongado donde se estacionan los refugiados del planeta.» (p. 41).

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El segundo capítulo, El lugar antropológico, hace un repaso del concepto (no físico, se sobreentiende) de lugar, que permitirá dar, además de una definición, una serie de características que lo conforman en el tercer capítulo, De los lugares a los no lugares. «Si un lugar puede definirse como lugar de identidad, relacional e histórico, un espacio que no puede definirse ni como espacio de identidad ni como relacional ni como histórico, definirá un no lugar. La hipótesis aquí defendida es que la sobremodernidad es productora de no lugares, es decir, de espacios que no son en sí lugares antropológicos y que, contrariamente a la modernidad baudelariana, no integran los lugares antiguos: éstos, catalogados, clasificados y promovidos a la categoría de «lugares de memoria», ocupan allí un lugar circunscrito y específico.» (p. 83).

«El lugar y el no lugar son más bien polaridades falsas: el primero no queda nunca completamente borrado y el segundo no se cumple nunca totalmente: son palimpsestos donde se reinscribe sin cesar el juego intrincado de la identidad y de la relación. Pero los no lugares son la medida de la época: las vías aéreas, ferroviarias, autopistas, medios de transporte, los aeropuertos, las grandes cadenas hoteleras, los parques de recreo, los supermercados, la madeja compleja, en fin, de las redes de cables o sin hilos que movilizan el espacio extraterrestre a los fines de una comunicación tan extraña que a menudo no pone en contacto al individuo más que con otra imagen de sí mismo.» (p. 85).

«La distinción entre lugares y no lugares pasa por la oposición del lugar con el espacio. El espacio [para Michel de Certeau] es un «lugar practicado», «un cruce de elementos en movimiento»: los caminantes son los que transforman en espacio la calle geométricamente definida como lugar por el urbanismo.» (p. 85). Y a continuación, Augé incluye una cita de la Fenomenología de la percepción de Merleau Ponty: «El espacio sería al lugar lo que se vuelve la palabra cuando es hablada, es decir, cuando está atrapada en la ambigüedad de una ejecución, mudada en un término que implica múltiples convenciones, presentada como el acto de un presente (o un tiempo) y modificada por las transformaciones debida a vecindades sucesivas…» A uno le viene a la mente la distinción de los tres tipos de palabras de Bajtin: las neutras, las ajenas y las propias. Las palabras neutras son aquellas que yacen en el diccionario, y no pertenecen a nadie; las palabras ajenas, las que usa otra persona, o de otro modo; y las propias, las que uno finalmente incorpora y usa a su propia manera. Así pues, los no lugares serían palabras ajenas al ciudadano, espacio vacío, sin mácula, sin apropiación; y devendrían lugares una vez alguien se los apropia, si se diese el caso.

Los no lugares, sin embargo, no facilitan al ciudadano el paso a lugares. No son espacios que permitan la conversión ni inviten al civismo y al disfrute, sino que crean usuarios y mantienen con ellos relaciones frías, distantes, monótonas, que invitan al silencio y la repetición. El tren o el metro, con el mínimo aviso de cada parada y la interacción personal reducida al mínimo; el supermercado o centro comercial donde la única interacción es con la cajera o el datáfono, en fórmulas estudiadas y repetidas. «El espacio del no lugar libera a quien lo penetra de sus determinaciones habituales. Esa persona sólo es lo que hace o vive como pasajero, cliente, conductor. (…) En definitiva, se encuentra confrontado con una imagen de sí mismo, pero bastante extraña en realidad. En el diálogo silencioso que mantiene con el paisaje-texto que se dirige a él como a los demás, el único rostro que se dibuja, la única voz que toma cuerpo, son los suyos: rostro y voz de una soledad tanto más desconcertante en la medida en que evoca a millones de otros.» (p. 106). En palabras poéticas: el vidrio del tren, al viajar de noche, deja de ser ventana y se convierte en espejo de quien mira.

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Tres últimos apuntes. El primero: la comodidad «semiótica» del no lugar. Liberado del peso de su identidad, el consumidor, cliente, viajero, puede limitarse a estar allí sin ser sometido al constante desenmascaramiento al que lo someten los otros ciudadanos por la calle, tratando de desentrañarlo, de otorgarle significado (de nuevo: pronto llegaremos a este tema con Manuel Delgado). En los no lugares, basta con que uno esté allí, carente de significado: el propio no lugar lo aporta.

Dos. Los no lugares «físicos» que devienen lugar. Un hotel es un no lugar. Un hotel de una cadena sigue siendo un no lugar; sin embargo, ¿cabe la posibilidad de que todos los hoteles de esa cadena, con el mismo diseño, repartidos por el mundo, sean un lugar? Es decir, si un viajero siempre recurre a la misma cadena de hoteles, hasta el punto de conocer su diseño y función, haya o no estado en ese en concreto al que ahora se dirige… ¿para él no será un lugar, propio, con forma y sentido? ¿Existe una red de nodos McDonald’s?, ¿un continente Ikea? Las ciudades, al menos sus arterias principales, al tener todas los mismos Zaras y Starbucks… ¿dejaron de ser lugares para volverse no lugares y se vuelven ahora una manifestación de algo mayor, del lugar que yace tras el no lugar?

Y tres: los no lugares no lo son perpetuamente, ni para todos. Wikipedia, en el artículo ya enlazado sobre Marc Augé, comenta que los centros comerciales, para los nativos digitales (los nacidos a partir de 1995, grosso modo: los que no recuerdan cuándo entró un ordenador en su casa, porque siempre lo han tenido), no son no lugares, sino espacios de socialización; allí no son clientes, sino ciudadanos que han dotado al espacio de significado y se lo han hecho propio.

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