Los ritos de paso fue publicado por el antropólogo francés Arnold van Gennep en 1909. El término, que pronto pasó a formar parte de la terminología de las ciencias sociales, designa el momento en que un individuo, dentro de una sociedad, da el salto de un estado a otro tras pasar por una serie de pasos formalmente establecidos.
Los ritos de paso, al menos en su acepción original, necesitan de un requisito esencial: la existencia de un mundo sagrado, religioso, mágico. «En nuestras modernas sociedades sólo hay una separación algo neta entre la sociedad laica y la sociedad religiosa, entre lo profano y lo sagrado. (…) Para pasar de una a otra, para que un campesino se convierta en obrero, e incluso para que un peón se haga albañil, es preciso cumplir determinadas condiciones que tienen, sin embargo, en común lo siguiente: son únicamente de carácter económico o intelectual; a diferencia de lo que ocurre cuando se pasa de laico a sacerdote, o a la inversa: en este caso, es preciso realizar ceremonias, es decir, actos de un tipo especial, que suponen una cierta inclinación de la sensibilidad y una cierta orientación mental. Entre el mundo profano y el mundo sagrado hay incompatibilidad; hasta tal punto que la transición del uno al otro precisa de un período intermediario. »
«A medida que se desciende en la serie de las civilizaciones –tomando esta palabra en su más amplio sentido–, se constata un mayor predominio del mundo sagrado sobre el profano; en las sociedades menos evolucionadas que conocemos engloba casi todo: nacer, parir, cazar, etc. son en ellas actividades vinculadas a lo sagrado por múltiples dimensiones.» (p. 20).
El origen y la clasificación de los ritos de paso viene marcado por el principal, el paso material, es decir, caminar literalmente de un lugar a otro. Ello no supone, hoy en día, más que el cruce de un sitio concreto, de una frontera imaginaria trazada sobre un mapa; pero, en el pasado, iba acompañado de multitud de gestiones o «formalidades de orden político, jurídico y económico; pero eran también de tipo mágico-religioso; por ejemplo, las prohibiciones para los cristianos, los musulmanes, los budistas, de entrar y residir en la parte del globo no sometida a su fe.» (p. 37). «Con frecuencia el límite se marca con un objeto, poste, pórtico, piedra en pie… que han sido situados en ese lugar con acompañamiento de ritos de consagración.» (p. 38).
«Entre nosotros, actualmente, un país toca con otro; no ocurría lo mismo en otros tiempos, cuando el suelo cristiano no constituía aún más que una parte de Europa; en torno a ese suelo existía toda una banda neutra, dividida en la práctica en secciones, las <marcas>. Éstas fueron reculando poco a poco, hasta desaparecer, pero el término literal de marca conservó el sentido literal de paso de un territorio a otro a través de la zona neutra. (p. 41). La noción de sagrado va cambiando, también las formas de representarlo. «Quienquiera que pase de uno a otro se halla así de una manera material y mágico-religiosa , durante un tiempo más o menos prolongado, en una situación especial: flota entre dos mundos.» (p. 42). A esta situación, van Gennep la denominará <>. El rito de paso, simbólico, mágico, asociado a un rito físico, se conforma entonces de tres partes:
- ritos preliminares: los ritos de separación del mundo anterior;
- ritos liminares: los ritos ejecutados durante el estadio de margen;
- ritos postilimanares: los ritos de agregación al mundo nuevo.
«Se puede considerar cada sociedad general como una especie de casa dividida en habitaciones y pasillos de paredes tanto menos espesas y con puertas de comunicación tanto más amplias y menos cerradas cuanto más cerca se halle esa sociedad de las nuestras en cuanto a la forma de su civilización. Entre los semicivilizados, por el contrario, estos compartimentos se hallan cuidadosamente aislados los unos de los otros, y para transitar entre ellos se precisan formalidades y ceremonias que presentan una estrechísima analogía con los ritos de paso material a los que acabamos de referirnos.» (p. 53).
Y aquí llegamos al punto importante que ha convertido a los ritos de paso en algo esencial en el estudio de las ciencias sociales: por un lado (y tras el añadido de Victor Turner y el concepto de communitas), que sirven para marcar el paso de un estadio social al siguiente: el bautismo como epítome del nacimiento y presentación en sociedad del nuevo ser; la boda, como paso de individuo a familia; la muerte, como forma de cerrar el ciclo de una persona. Y, por otro lado, por el concepto de liminalidad (de limina, umbral en latín): cuando un ser es liminal es que está transitando entre dos mundos, pero no forma parte de ninguno de ellos. De ahí la importancia del umbral, del límite, de la puerta; y también del desapego, la desmaterialización y pura potencialidad que es un ser liminal. Un adolescente no es un niño, pero aún no es un adulto: está en tierra de nadie, en un lugar sin normas donde todo está permitido. Un niño sin bautizar no se podía enterrar en el cementerio: aún no había pasado a formar parte de la comunidad, era necesario el rito del bautismo. «Il faut des rites», que dirá el zorro en El principito.
Al salir de casa, finalmente, e integrarse en la ciudad, una persona dejará de ser quien es y se convertirá en un ser anónimo, sin lugar ni destino, poseído de una máscara que los otros intentarán penetrar y él esconder por todos los medios. Ya llegaremos a ello, con Delgado y El animal público, pero de ahí la importancia de los ritos de paso y la liminalidad para este blog.
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